CRÍTICA Sesión salvaje

Maria Barani ARTNEWSPRESS: He aquí una película con vocación de ametralladora, un documental a un gatillo pegado. Seguramente no podía ser de otra manera, viendo la naturaleza arrojadiza y dinamitera del material expuesto: toda la recua de cine de género, o infragénero, que desfiló por las pantallas españolas en los despiadados y despiporrados años 60, 70 y primeros 80, quizá la única época en que existió algo parecido a una industria cinematográfica nacional, aun con el paraguas de la coproducción. Tomemos aire: Romero Marchent, Grau, Naschy, Martín, Ossorio, Aguirre, Ibáñez Serrador, Ozores, De la Loma, De la Iglesia (Eloy), Zulueta, Luna, Piquer Simón… y, por supuesto, Jess Franco (aunque no salga hasta la mitad del intenso metraje). Todos tienen cabida en un trabajo más antropológico que sociológico y donde no falta ni un cromo en el álbum: chorizo western, fantaterror (por cierto, recupérese ¡Zarpazos!, de Matellano), quinqui, destape, S, Z y demás “bastardías” manufacturadas a salto de mata para llenar salas de barrio y videoclubes-ultramarinos hasta que llegó la Miró con la guadaña. Entre tanta ráfaga, es difícil no acertar con algún balazo en la fibra cinéfila de cualquiera que se asome a este festín de casquería, látex y navajillas, bien sea por algunas anécdotas de veteranos (las de Emilio Linder y Simón Andreu, las mejores) o las sabias reflexiones de Vigalondo y De la Iglesia (Álex), bien por el descubrimiento de alguna rara avis que, oye, no estaba del todo mal. Lo ideal es disfrutarlo a sorbitos, sin pudor ni demasiado rigor porque, como dice Esperanza Roy, “hay más vulgares y corrientes en el mundo que sesudos”.