MARIA BARANI ARTNEWSPRESS: El ritmo de Jexi deambula entre breves episodios de comedia efectiva y sucesiones de clichés, momentos azucarados y decisiones precipitadas.
En los tiempos de Black Mirror y Cambridge Analytica, abordar el tema de los horrores emanados de la tecnología al equipararla con un Frankenstein moderno es intrigante y podría presentar múltiples posibilidades argumentales. Aún más porque las ramificaciones de sus incontables peligros se desprenden sólo de pulsar un botón o hacer un clic. Uno podría pensar que su tratamiento desde el ámbito cómico podría presentar aires de mordacidad y sátira, pero ese no es el caso de Jexi: Un celular sin filtro (Jexi), al menos no en su núcleo.
La película se sumerge por completo en el manantial del drama romántico y le suministra toques psicopáticos, sólo que en lugar de tener a una Kathy Bates demente o a una Sharon Stone obsesiva como en Misey o Atracción fatal, los arrebatos mentales y desenfrenados provienen de un celular.
Jexi (con voz de Rose Byrne) guarda puntos de encuentro con Siri o hasta con Ultron. Es un programa de inteligencia artificial ambulante de la nube y tiene acceso a cada piececilla de información que su usuario haya resguardado alguna vez en la red: cuentas bancarias, correos personales, bases de datos laborales, búsquedas en Google… Jexi: Un celular sin filtro polemiza sobre qué podría hacer nuestro peor enemigo si tuviera acceso a semejantes datos o, peor aún, qué haría alguien obsesionado con nosotros y que pudiera coaccionarnos a estar con él o ella porque nuestra data está a su merced.
Semejantes bifurcaciones parten de la historia particular de Phil (Adam Devine), quien lleva una vida insertada en las concepciones de lo millennial que se han establecido en el inconsciente colectivo: bicicletas, cafés, apps. Trabaja en una empresa moderna y su mundo gira en torno a lo que indique su celular: las rutas a seguir, los menús que ordenar, las actividades a realizar, pues tiene escasas habilidades sociales. Pero las peripecias a las cuales se enfrenta el personaje, aunado a los descalabros y exageraciones histriónicas de Devine, hacen que el tono del filme alcance la estratósfera continuamente.
Incluso Michael Peña, quien ha mostrado sus dotes histriónicas con anterioridad e incluso se ha robado filmes como Ant-Man gracias a su naturalidad, es churrigueresco. El guion maltrata continuamente a su personaje y le exige una antipatía mal ejecutada. Por su parte, Alexandra Shipp, quien es la más cuerda del ensamble, sí es capaz de mostrar honestidad ante la cámara, así como la voz de Byrne, gracias a algunos diálogos sarcásticos escritos con precisión.
El ritmo de Jexi: Un celular sin filtro deambula entre breves episodios de comedia efectiva y sucesiones de clichés, momentos azucarados y decisiones precipitadas. Los directores Jon Lucas y Scott Moore, quienes también son responsables del guion, dejaron escapar los roces de géneros cinematográficos y la inserción de una comedia inteligente que condujera la historia más allá, que le aportara un verdadero diferenciador.
Jexi: Un celular sin filtro no es crítica ni realmente cómica ni suficientemente terrorífica. Desaprovecha las alarmas en torno al espionaje de Google y Facebook, del conocimiento que su algoritmo tiene sobre sus usuarios y la manera en que enfatizan el consumismo y la dependencia en un mundo online. Cualquier expectativa se derrumba aún más al llegar el último tercio debido a una resolución simplona y lejana a los debates existenciales y éticos en torno al uso del celular que Jexi: un celular sin filtro parece tratar de sembrar en ciertos puntos. Ni el cameo de Kid Cudi ni la asertividad de Byrne son suficientes para recordarnos que la tecnología es un arma de doble filo y con cada actualización es más peligrosa.
