Saturday, April 27, 2024
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Crítica de «El crack cero»: Redondo, completo, definitivo, perfecto

ARTNEWSPRESS: Garci lo afina tanto y fluye y vuela tan rápido que se da de bruces con la espalda de sí mismo, con Germán Areta y hasta con el propio Landa para hacer una película redonda, meritoria de ese cero del título

Cualquiera que sepa de verdad lo que son cuarenta años, sabrá también que, una vez transcurridos, encontrarse no ya un rastro de sí mismo, sino un leve vestigio de entonces, solo puede ser producto de un entusiasmo extremo y de una jovialidad crónica. Ya sabrá el lector que José Luis Garciafronta el cierre de su trilogía sobre «El crack», y lo hace con una operación diabólica de sumas y restas: los casi cuarenta años más que tienen él y ese Madrid en el que respira la historia, y los muchos ingredientes menos con los que ya no podía contar (son muchos, pero se resumen en la ausencia de Alfredo Landa, Germán Areta para la eternidad). El título elegido, además de una genialidad, es de una elocuencia abrumadora, «El crack» antes del primero, lo que en jerga cinematográfica se conoce como «precuela», y puede recoger así la historia unos años antes, con un Germán Areta más joven (otro actor, Carlos Santos) y un relato que inaugura, en vez de concluir.

Garci lo afina tanto y fluye y vuela tan rápido que se da de bruces con la espalda de sí mismo, con la de aquel Madrid otoñal de 1975, con Germán Areta y hasta con el propio Landa para hacer una película redonda, meritoria de ese Cero del título. No es que encuentre el rastro o incorpore vestigios de entonces, es que lo clava en atmósfera, identidad, tono, timbre, negrura, sentido moral y del humor… La ha hecho ahora, este año, y en unas pocas semanas, pero a los ojos del espectador parece que la hubiera hecho hace cuarenta años, guardado en un desván y rescatado hoy para asombro del personal.

Quienes recuerden aquellos «crack» encontrarán en este al mismo personaje y entorno, en un Madrid de partida de mus, de velada de boxeo, de Gran Vía, con olor a intriga y a mudanzas durante aquellos días en que Franco se moría, y se murió aunque hoy cueste creerlo. Es el arranque de Areta (y cabría aún una cuarta película con otro saltao atrás, que se intuye en la relación de Areta con ese jefe de policía que interpretó Bódalo y que ahora borda Pedro Casablanc), la aparición del «Moro», con un Miguel Ángel Muñoz a la altura sideral del insuperable Miguel Rellán, y la fascinación de un caso sencillo que se enreda, se envenena, y que se le presenta al espectador como envuelto en las primeras páginas de cualquier novela de Raymond Chandler, con un perfumado personaje femenino (la asombrosa Patricia Vico) que pide blanco y negro y que mira a la cámara y a Areta desde ese arriba de quien sabe quitarse un guante.

Carlos Santos es Areta antes de ser Landa, el mismo al primer golpe de ojo, tan íntegro, incorruptible, sobrio, taciturno, pétreo y sensible, con los mismos «nikis» ajustados y que se guarda las manos en los mismos bolsillos que Landa. Es un milagro que Santos, Casablanc, Muñoz…, puedan reavivar a Landa, Bódalo, Rellán…, y decir esos diálogos tan de la coctelera de Garci, sin que en ningún momento parezcan intrusos. Son ellos, y los personajes y lo que dicen son de ellos. Y se me iría ya el texto a los bordes si me extendiera a la gran fotografía en blanco y negro de Luis Ángel Pérez, a la música añoranza de Gluck, a la importancia aquí de los personajes femeninos y a sus impactantes actrices, a su gloriosa y sabia lejanía de lo «moderno», a… dios.

https://abc.es

Oti Rodríguez Marchante

 

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