Friday, May 3, 2024
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Crítica de ‘Quien a hierro mata’

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Dirección: Paco Plaza
Reparto: Luis Tosar, María Vázquez, Tania Lamata, Ismael Martínez, Pablo Guisa Koestinger, Dani Currás
Título en V.O: Quien a hierro mata
País: España Año: 2019 Fecha de estreno: 30-08-2019 Género: Thriller Color o en B/N: Color Guión: Juan Galiñanes, Jorge Guerricaechevarría Música: Maika Makovski Fotografía: Pablo Rosso
Sinopsis: En un pueblo de la costa gallega vive Mario, un hombre ejemplar. En la residencia de ancianos en la que trabaja como enfermero todos le aprecian. Cuando el narco más conocido de la zona, Antonio Padín, recién salido de la cárcel, ingresa en la residencia, Mario trata de que Antonio se sienta como en casa. Ahora, los dos hijos de Padín, Kike y Toño, están al mando del negocio familiar. Pero un fallo en una operación llevará a Kike a la cárcel y les generará una gran deuda con un proveedor colombiano. Toño recurrirá al enfermero para que intente convencer a su padre de que asuma la deuda. Pero Mario tiene sus propios planes.

Lo mejor: los silencios de ese Mario al que Luis Tosar dota de matices impensables.

Lo peor: que se piense en ella como un Fariña en cine.

De alguien como Paco Plaza, capaz de extraer el máximo de potencial patéticamente terrorífico (las cornetas del fin abrupto de la infancia) de un jingle publicitario en su trabajo previo, Verónica (2017), podía esperarse que utilizara ese icónico y triste lamento en la frontera del horror vital que es la canción La vida sigue igual, de un gallego de pro como Julio Iglesias, a la manera de un latido subconsciente y coro griego de una, sobrecogedora en su cotidianeidad, tragedia como es Quien a hierro mata.

Todo sigue y seguirá igual en el pequeño universo de Mario (busquen el adjetivo superlativo que deseen para lo que aquí hace Luis Tosar), un empático enfermero que asume roles de ángel y demonio sin pretenderlo, temeroso él mismo de adentrarse en las simas de su pasado, su personalidad y su destino. La vida sigue igual, y junto a ella la muerte, presencia absoluta y dominante de este brillantísimo y personal thriller, en sus mejores secuencias bañado en aquella paleta de colores irreales y surgidos de los infiernos del alma humana que ideara otro Mario, Bava, y a la que recurriría uno de sus discípulos, Nicolas Winding Refn.

Porque Quien a hierro mata es más cine de terror que un potente ejercicio de estilo Scorsese en las mafias gallegas, con sus vendettas, un rey Lear letal con sus olvidos y momentos de lucidez y sus set pieces de acción. Es más hija, bañada en las rías, las costas y las profundidades lovecraftianas del Mal innombrable y atávico, de la Mandy de Panos Cosmatos (atención a la consistencia casi mágica de los personajes femeninos) que de la nueva edad de oro del policíaco español. Quiero la cabeza de Antonio Pad’n. La vida sigue igual en este fenómeno (agradecido en su mayoría) del thriller nacional, pero no a partir del film de Paco Plaza, destinado a volarlo por los aires o a convertirse en una isla de referencia.

Subvirtiendo cualquier tipo de expectativas, el férreo guion de Juan Galiñanes y Jorge Gerricaechevarría nos lleva por muchos de los lugares comunes del género como si estuvieran siendo vistos por la mente del protagonista en la emisión de alguna vieja película setentera en una TV al fondo de una habitación en penumbras. No hay guiños u homenajes cinéfilos porque sí, sino una reflexión al respecto de un cine tan comercial como abstracto. Así, Quien a hierro mata toma de la mano al antihéroe, al contradictorio homo Peckinpah, el Warren Oates de Quiero la cabeza de Alfredo García (1974) en primer término. Y lo hace con esa idea de la quietud conviviendo con estallidos de violencia, el lirismo en una despedida o en una canción (incluso si es de Julio Iglesias), y la ceremoniosa y visceral comunión entre amigos y enemigos

 

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FAUSTO FERNÁNDEZ

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