CRÍTICA Intemperie

ARTNEWSPRESS: Como el western es patrimonio imaginario universal, puede reencarnarse donde le dé la gana. Por ejemplo, en una tierra baldía, amojamada y casi extraterrestre de la Andalucía de posguerra donde Benito Zambrano localiza su cuarto largometraje, basándose en la novela de Jesús Carrasco aunque, en realidad, hunda sus raíces en algún yermo entroncado en Buñuel esquina Steinbeck. Con el Altiplano granadino cayendo a plomo, el autor de Solas hace un requiebro en forma de Solos para narrar el viaje a ninguna parte de un niño que escapa de las garras del cacique de turno, acompañado por un pastor que le ofrece protección, paternidad y leche de cabra.

Así, Zambrano busca sombra en esa economía de gestos y sentimientos de las historias agrestes y polvorientas, sabiendo adaptar la suya a un momento concreto de nuestro pasado (reciente) pero, al mismo tiempo, manteniendo las distancias con situaciones universales y guerras nebulosas (“de la nuestra mejor no hablar”, señala el protagonista, bordado por el jinete pálido Luis Tosar). Aunque algunos usos y arquetipos son de Primero de John Ford –el villano comeniños, la ultramiseria grotesca, los duelos al sol– esta curiosa mezcla de Valor de ley y El valle del fugitivo no resulta tan imposible como pudiera temerse. Ya se sabe: al western, como a Shakespeare o los Beatles, le queda bien casi cualquier traje de buen paño.

SINOPSIS:

Una serie de hombres van en la búsqueda de un niño, el cual se ha escapado de su pueblo. En su huida deberá de cruzar una llanura árida e infinita. Un pastor acogerá en el camino al joven, el cual le ofrecerá protección y cambiará el destino de ambos.